Escuchar música afecta al cerebro igual que el sexo o las drogas, según Nature

Un estudio publicado esta semana en la revista Nature capitaneado por el neuropsicólogo Daniel Levitin concluye que el sexo, las drogas y el rock’n’roll afectan el mismo circuito cerebral de recompensa 

La música es universal. Ninguna cultura conocida ahora o en cualquier momento del pasado ha carecido de música y su significado emocional es bien conocido. Está presente en casi todas las actividades humanas: Cumpleaños, ceremonias, reuniones de todo tipo, eventos deportivos, fiestas y citas románticas. Aunque los fundamentos neuronales de la cognición musical han sido ampliamente estudiados en los últimos quince años, se sabe relativamente poco acerca de los procesos neuroquímicos subyacentes al placer musical.

El artículo ‘Anhedonia to music and mu-opioids: Evidence from the administration of naltrexone‘ publicado en la prestigiosa revista Nature ha podido demostrar por primera vez que la música activa los receptores opioides del sistema nervioso central que intervienen en el placer.

Estudios anteriores habían demostrado que la escucha y la ejecución de la música modulan los niveles de serotonina, epinefrina, dopamina, oxitocina y prolactina. La música puede inducir de manera fiable los sentimientos de placer, y de hecho, la gente posiciona constantemente a la música como una de las diez cosas que aportan más placer en sus vidas, por encima del dinero, la comida y el arte.

La conclusión del estudio es que sexo, drogas y rock & roll activan exactamente el mismo proceso cerebral de recompensa. La música, como las bebidas alcohólicas o la comida, provoca la liberación de opioides endógenos como las endorfinas y de neurotransmisores como la dopamina.

Para la realización de este estudio, se reclutó a 20 estudiantes universitarios a los que se pidió que trajeran al laboratorio dos de sus canciones preferidas, que les produjeran de manera inequívoca intensos sentimientos de placer, incluyendo -pero no limitado a-  escalofríos y piel de gallina. Al trabajar con canciones distintas, el estímulo acústico podía diferir mucho entre los participantes, pero sus propiedades estimulantes emocionales no varían tanto como podrían hacerlo si el investigador les impusiera una sola selección musical a todos. No se impusieron restricciones sobre aspectos estilísticos o estructurales de la música, dado que estos factores no habían contribuido significativamente a los efectos placenteros de la música en estudios anteriores.

A una mitad de los estudiantes se les administró 50 miligramos de naltrexona, sustancia que provoca incapacidad de sentir cualquier tipo de placer. La naltrexona debería reducir las reacciones emocionales a la música, provocando lo que conocemos como anhedonia musical. De ser así, eso significaría que los circuitos neuronales que participan en otras actividades placenteras también lo hacen en la experiencia musical. A la otra mitad de los estudiantes se les administró unas pastillas iguales pero sin el principio activo. Se les puso sensores para obtener un electromiograma con la actividad eléctrica de algunos músculos faciales. También se controló su respiración, ritmo cardíaco, presión sanguínea y conductividad de la piel antes y durante el experimento.

Una hora después de haberse tomado la pastilla, se dió a los estudiantes unos auriculares para escuchar sus dos canciones  y otras tantas ‘de carácter neutro’ seleccionadas por los propios investigadores por su frialdad o asepsia emocional. Una semana después, repitieron el experimento pero esta vez administrando placebo a los que antes habían tomado naltrexona y al contrario. En las dos pruebas, los que habían ingerido el fármaco mostraron niveles bajos y muy similares cuando escuchaban sus canciones y las neutrales. Es más, los resultados gráficos de los procesos estudiados eran muy inferiores a las que registraron los que solo tomaron placebo.

«Es la primera vez que se puede demostrar de que los opioides endógenos del cerebro están implicados directamente en el placer musical«, afirmó  Daniel J. Levitin, psicólogo de la Universidad McGill de Montreal y principal autor de la investigación. Alguno de los participantes llego a confesar que, aun sabiendo que era su canción favorita, ahora no le hacía vibrar como antes.

Por suerte, su ‘indiferencia musical’ duró solo unas cuantas horas, volviendo tras ello a sentir pasión al escuchar los temas que habían seleccionado.

 

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